La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 14 de enero de 2014

No me cuentes películas, de PEDRO PASTOR SÁNCHEZ



Voló a tres metros sobre el cielo de la Gran Manzana, por un momento suspendido en el aire. El golpe fue bestial, aunque nadie oyó gritar al desafortunado. La bicicleta, un amasijo de hierros, el cuerpo, un guiñapo sobre el asfalto de la jungla de cristal y hormigón, la cara oculta bajo una gorra azul, desfigurada, apenas reconocible.
Nunca la muerte de un ciclista fue primera plana, un fenómeno tan mediático como el asesinato de Richard Nixon o JFK. Pero se trataba del atropello de "el elegido", el que un día el emisario del monasterio dijo que era la reencarnación del Dalai Lama, el gurú con el aura pura que iluminaría al mundo. Puso fin a sus días extraños en el orfanato y estuvo con el chico durante siete años en el Tibet, siendo el maestro del que algún día nos enseñaría el camino de la felicidad. Años después, su pista se perdió. Dicen que fue secuestrado, incluso se pidió un rescate, llegando a mandar sus captores una prueba de vida, parte del dedo meñique de la mano derecha. Nunca más se supo de él. De eso hace no menos de 15 años y un día.

¿Pero quién mato a Harry?. En la esquina, un único testigo, “taxi driver” asiático, que podía arrojar luz a este misterioso asesinato en Manhattan. La intérprete tradujo textualmente el interrogatorio. En la conversación dijo que un asesino sin rostro, el ente, invisible y monstruoso, atrapó al joven, y sin compasión lo zarandeó hasta la muerte. La caza del presunto homicida, por tanto, se tornaba complicada.

Jubilado el comisario Maigret, y desguazada la chaqueta metálica de Robocop, el caso fue a manos del detective Conan. El hombre que pudo reinar al frente del Departamento de homicidios del Distrito 13 ahora parecía el hombre que nunca estuvo allí. Desde que perdió a Tess, la teniente O´Neill, nunca fue el mismo. Juntos estaban infiltrados en la organización criminal que investigaban. Se tiene la sospecha de que Michael Clayton, teniente corrupto de la Brigada Criminal, al servicio de Kingpin, el rey del hampa, les delató. El beso de Judas les atrapó en un fuego cruzado, siendo Conan el último hombre vivo al salvarle su chaleco a prueba de balas. Por más que Asuntos internos indagó, nada pudo probarse, y el delator salió intacto. Conan se desquició. Sus días de vino y rosas se tornaron, un amanecer tras otro, en un día de furia. Al otro extremo de su Magnum 44, se había convertido en un arma letal, sin miedo a la muerte.

El detective abrió dos líneas de investigación criminal, una a través de sospechosos habituales, y otra en relación a la malas compañías del conductor del taxi, testigo del homicidio, dado que lo imposible de su relato sembró la duda sobre su verosimilitud, y tal vez fuese una cortina de humo creada con crueles intenciones, y así hacer trabajar bajo presión a la policía. Sobre el chino se llegó a la conclusión de que era un pobre diablo, enganchado al crack, y por tanto su versión iba más allá de la imaginación, pura fantasía.
Sobre la primera línea, se centró en el clan de los irlandeses, un grupo salvaje de asesinos natos, hombres armados acostumbrados a la extorsión y asesinato a sangre fría, sobre los que cayó la sombra de la sospecha del secuestro, años atrás. El jefe estaba bajo tierra por su afición a la nicotina, y hasta el último de los sicarios, entre rejas.
Tampoco la autopsia reveló nada, su anatomía estaba integra. Tampoco su círculo de amigos, pues ni familia ni conocidos reclamaron sus enseres. La investigación parecía llegar a un callejón sin salida.

Pero 28 días después del incidente, se produjo un giro inesperado, por casualidad. Un colega francés, el inspector Gadget,  contactó con un hombre, Toulouse-Lautrec, que conoció a Harry hace años en París. Le contó que lo encontró corriendo frenético, los ojos rojos, cubierto de andrajos. El hombre de los Campos Eliseos lo cobijó en la casa, con su esposa Amelie. Nada les contó sobre como llegó a esa situación desesperada. Trabaron amistad, y cuando se restableció, el amigo americano les dio un extraño objeto, el ídolo de barro, su única posesión, para que lo vendieran. Necesitaba dinero fácil para volver a América.
Tiempo después les escribió la carta, una especie de confesión, donde la revelación era que su desaparición en la sombra fue en realidad una huida a medianoche. Cruzó el Himalaya y abandonó Shangri-la porque al hacerse adulto se dio cuenta de que no estaba preparado para la misión encomendada, el camino era difícil y no era capaz de ver las señales del futuro como cuando era un niño. El don divino sólo fue un espejismo. Terminó la carta con un “Hasta la vista. Harry, un amigo que os quiere”.

No había que perderse en un laberinto de mentiras para encontrar lo que la verdad esconde. Una ventana indiscreta abierta, una recompensa y el confidente buscando el color del dinero despejaron la trama. En Wall Street, los atracadores realizaron un asalto al furgón blindado. Durante la huida, a todo gas y sin frenos, unas calles de Nueva York más abajo, en la número 23, Harry tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino del furgón. Crash. Caso cerrado.


Ahora prueba a escribir tu propia película.

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