La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 14 de julio de 2014

“El amigo de la luna menguante”: una caricia a la naturaleza, por CARMEN HERNÁNDEZ MONTALBÁN.


La contemplación de la naturaleza fue posiblemente el acto humano más antiguo que despertó en el hombre el espíritu de la poesía. El haiku japonés es una muestra; se caracteriza por el asombro, el arrobo que produce en el hombre el trascurrir de las estaciones y los cambios que tienen lugar en ellas. Es una composición breve, sencilla y sutil que se aleja sin embargo de lo simple y de lo vacuo. A este tipo de poesía se aproxima la de Antonio Enrique en su último poemario publicado, aunque sin llegar a serlo en la estructura formal.
Su lectura para mí ha resultado una experiencia sensorial verdaderamente agradable por su cualidad evocadora. El poeta nos transporta con sus imágenes de paisaje en paisaje, de estación a estación, de la sierra al mar, del trino al relajador sonido de las olas. Y lo hace con unos versos-caricia preñados de ternura. La contemplación que lleva a la abstracción y al silencio mental para fundirse con el todo, para dejarse impregnar de la esencia. Los elegantes y profundos finales de cada poema son otro rasgo que otorga singularidad a la obra, cada final invita a una reflexión, cada uno es concluyente y a la vez sugerente:

El mar también respira, inspira, espira.
 Su pecho huele a sal,
 como las algas huelen a leche,
 y los peces a pájaros.
 Un olor no es más que un estado febril.
 El mar a estas horas
 despierta. Quién supiera su olor,
 cuando sueña.”.

El poemario se divide en cinco partes: la primera titulada “Arco de las ardillas” que recoge los poemas de invierno, un canto a los árboles, a la lluvia, la nieve y la luz invernal, la luz del atardecer de la vida. Precisamente el que lleva ese mismo título es una expresión de la voluntad del poeta de que su alma en la hora postrera sea llevada hasta ese camino del bosque…

“Cuando vaya a morir
 y sean contadas mis horas, traedme
bajo el arco de los castaños
que unen sus ramas sobre el camino.
Las ardillas acuden si se las llama.
Después,
sonríen con sus colas al marchar.”

La segunda parte está titulada “Delicias del estío”, un canto al mar y el entorno marino, a las pequeñas cosas que allí suceden, el poeta las engrandece con su sentido visionario, otra vez las hace tan humanas que una se pregunta ¿realmente lo son?

“Estas caras montañas parece
que hablan
con esas caras de sus rocas casi humanas.
¿Cómo seríamos nosotros
si fuéramos montañas?
¿Estás pensando?, me dicen.
Sintiendo, contesto.”

La tercera parte “Viene gente” es donde se integra al factor humano, pero el título define muy bien cómo se hace, de puntillas. Se nos va introduciendo en escenarios más urbanos y a distancia se les observa como parte de la escena, con cierto recelo.

“Qué quietud
y qué pereza de marcharse.
Qué diciembre éste, soleado.
Viene gente.
Con su ruido”

“Madre tierra” es el título de la cuarta parte, paisajes de una primavera temprana donde la naturaleza comienza a despertar de un largo sueño. La tierra rezuma vida, sus pulmones se desperezan y el poeta lo siente…

“Qué milagro yo
andando, respirando, mirando
en medio de tanta vida.
Qué vida tan buena ser,
solamente ser.
Ser entre tanto existir
de los insectos, de las plantas,
la llamarada fugaz de aromas
que brillan en la brisa.”

De nuevo el ciclo se cierra en la quinta y última parte: “El valle del caracol ”donde el verano de nuevo asoma sus fauces soñolientas, las noches de estío mirando las estrellas, sus lumbres celestes, metáfora del espíritu…

“Pero somos un solo corazón
esparcido por la galaxia.
“Una sola constelación cada cuerpo
que se extiende por el infinito.
Y no muero porque morir
es dejar de brillar
donde todo es luz.
Y la misma oscuridad,
luz antes de iluminar,
las tinieblas.”

Una delicia este poemario de Antonio Enrique, infatigable escritor y poeta que respira entre nosotros. Os recomiendo una vez más que os acerquéis a su obra y que disfrutéis de la poesía de este amigo de la luna menguante…

“Oigo en su leche a pájaros,
huelo a nardos en su luz.
En la pupila izquierda
está la huella
que no se desmorona
de un hombre.
por ahí la luna muere
herida, humillada,
desvirgada.”

Es una forma de decir: no profanéis la poesía.

Con mi cariño para Antonio.







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