La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 29 de febrero de 2016

Bailando con árboles: Shinrin-yoku, la medicina del bosque, por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES.




“Entre el hombre y árbol hay un imperceptible vínculo vital que une sus destinos.”


La “Medicina del Bosque” es una disciplina nueva, que tiene la virtud de combinar dos enfoques tan dispares como son el estudio de la salud humana y el estudio de los árboles.
 “Para aliviar su estrés, dé un paseo de dos horas por el bosque una vez a la semana”. Si el médico nos mandara esa receta para nuestros males, pensaríamos que es una broma. Sin embargo, cada año entre 2,5 y 5 millones de japoneses, afectados por el estrés, la hipertensión y la ansiedad de la vida urbana moderna, acuden a las sesiones de “Terapia del Bosque” en alguno de los 48 centros oficiales designados por la Agencia Forestal de Japón. La sesión consiste en unas dos horas de paseo relajado por el bosque, con ejercicios de respiración dirigidos por monitores. Antes y después de la sesión de terapia natural, se mide la presión arterial y otras variables fisiológicas de los participantes para comprobar la eficacia del tratamiento.
La práctica del Shinrin-yoku o terapia del bosque fue iniciada por la Agencia Forestal de Japón en el año 1982. Surgió como una iniciativa para darle valor a los bosques, que cubren un 67% de la superficie del país, y al mismo tiempo canalizar la demanda de contacto con la naturaleza por una creciente población urbana sometida a niveles intensos de competencia y estrés. Se inspiró en las tradiciones sintoístas y budistas que promueven la comunicación con la naturaleza a través de los cinco sentidos.

           Desde 2004, el Gobierno japonés ha invertido unos tres millones de euros en investigación científica sobre los efectos terapéuticos de los bosques. El grupo del antropólogo y fisiólogo Yoshifumi Miyazaki, de la Universidad de Chiba (cerca de Tokio), ha tenido una especial relevancia en el estudio de las bases fisiológicas y psicológicas de los efectos beneficiosos del bosque. Estos investigadores han medido la concentración en saliva de cortisol (un biomarcador del estrés) en individuos expuestos a un ambiente de bosque, resultando significativamente menor que en los individuos que habían permanecido en un ambiente urbano.
El inmunólogo Qing Li, de la Escuela de Medicina de Tokio, ha demostrado que un paseo por un bosque o por un parque aumenta significativamente la concentración de células NK (del inglésnatural killer) en sangre, un tipo de glóbulo blanco que contribuye a la lucha contra las infecciones y contra el cáncer. El efecto beneficioso del paseo del bosque, aumentando los linfocitos NK y las proteínas anti-cáncer, puede durar hasta una semana. Según Li, los compuestos volátiles emitidos por los árboles son los principales responsables de este efecto beneficioso sobre el sistema inmunitario. Se han realizado experimentos con diversos compuestos aromáticos naturales, como pinenos, limonenos, cedrol o isoprenos; algunos de ellos con conocidos por su efecto antimicrobiano y supresor de tumores. En general, a estos compuestos volátiles que las plantas producen como defensa se les llama “fitoncidas”, y son usados en aromaterapia y medicina holística.

           Las sesiones de shinrin-yoku se deben hacer de forma pausada y relajada, exponiéndose con los cinco sentidos al ambiente del bosque.  Disfrutando con la vista de los colores y formas de las copas de los árboles. Escuchando el rumor del viento en el follaje, los cantos de los pájaros. Oliendo los aromas, cogiendo alguna hoja de pino, de ciprés, de laurel, de mirto o de alguna planta aromática y aspirando sus esencias. Palpando la suavidad y la textura de un tronco, o deslizando la mano por el musgo mullido que cubre una roca. Por último, se recomienda saborear un té o una infusión con plantas del bosque durante la sesión.
Para Miyasaki los humanos hemos evolucionado en la naturaleza, en el bosque, por tanto es dónde nos sentimos más a gusto. Nuestras funciones fisiológicas y psicológicas son el resultado de un largo proceso de adaptación a las condiciones naturales; no es de extrañar por tanto que la vida artificial moderna nos produzca estrés y ansiedad.
En Occidente, el biólogo Edward O. Wilson acuñó el término “biofilia” para referirse a la afinidad innata que la humanidad siente por los seres vivos. Pero las nuevas tecnologías y la vida urbana cada vez nos apartan más del medio natural. El psicólogo y educador Richard Louv ha llamado la atención sobre el “desorden por déficit de naturaleza” que está trastornando el comportamiento y desarrollo de los niños urbanos, que crecen en un ambiente artificial.
Nuestro refranero, siempre sabio, recoge desde nuestros ancestros frases como:
“Al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.
“De tal árbol, tal astilla”.
“Hay tres cosas que se tienen que hacer en la vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”
“Del árbol caído, todos hacen leña”.
Todo lo expuesto antes me hace reflexionar; la verdad que no es nuestra cultura una que rinda culto a la meditación, a la interiorización… Eso nos viene desde oriente, que tienen un concepto de la medicina muy distinto al nuestro y también de la serenidad, de la paz interior. Mientras nosotros desayunamos con prisa y de pie, allá se sigue conservando el ritual del té. Creo que es muy interesante todo esto y ¡tan fácil! Solamente se trata de encontrar el momento; que, en lugar de perder nuestro valioso tiempo en cosas banales, lo invirtamos en respirar, en abrazar nuestros árboles, en pasear una vez en semana por nuestros bosques. Y no cuesta nada. Gastamos nuestro dinero en spas, en coaching, en talleres de crecimiento personal, en ozonoterapia, en oxigenoterapia, etc. Y eso está muy bien, pero, ¿por qué ponerle un techo y paredes a nuestro bienestar? Dicen que una imagen vale más que mil palabras, he encontrado esta y creo que es tan significativa, tan llena de mensajes que la dejo ahí para que cada uno la interprete como más le guste, para que nos demos cuenta de lo maravillosos que son los efectos del bosque sobre nuestra fisiología y psicología. Tenemos que conservar los bosques, no sólo por esa tendencia ecologista que marca nuestra época, no sólo para proteger el ecosistema, sino también para poder visitarlos con frecuencia y, de este modo, insuflarnos de salud.
¿No es precioso el dibujo? Dejar creced los árboles allá donde caiga una semilla de amor; que nos inunden, que arraiguen en nuestras casas, en nuestros libros, en nuestra vida…





martes, 16 de febrero de 2016

III Certamen de Relato Breve Guadix en el Día del Libro.



BASES

La Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul" Convoca el III Certámen de Relato Breve "Guadix en el día del libro".

  • Podrán concurrir a este certamen todos los autores de habla hispana mayores de 18 años.

  • La participación consistirá en enviar un relato breve de máximo 400 palabras, con tipo de letra Time New Roman, tamaño 12 a la siguiente dirección e-mail: laorugazul2013@gmail.com

  • Los relatos estarán firmados con seudónimo (este será el nombre del archivo), además, en otro archivo llamado plica, se enviarán los datos del autor: Título del relato, nombre y apellidos, dirección completa, teléfono y e-mail.

  • El tema de los relatos será de libre elección, no pudiendo enviar más de uno por participante.

  • El plazo de recepción de los relatos será el día 15 de abril de 2016.

  • Existirá un único premio consistente en un lote de libros y la publicación de la obra en la prensa, cuadernillo y medios de comunicación. Se seleccionarán, además, 3 finalistas que también serán publicados y recibirán 1 libro de regalo.

  • La entrega de premios tendrá lugar en la Fiesta del libro que Organiza la Biblioteca Pública Municipal de Guadix, previa comunicación al ganador y seleccionados, en caso de no poder asistir, se enviarán a los premiados los obsequios.



  • La participación en el certámen implica la aceptación de las bases de la convocatoria.

domingo, 14 de febrero de 2016

El amigo silencio, por MANUEL AMEZCUA MORILLAS.


Es verdad que el sólo pronunciarte
te hace del todo desaparecer,
pues tienes sutil modo de anunciarte
en constancia de morir y de nacer.

Eternamente sucedes al ruido,
te recreas tras cada golpe de tambor,
incansablemente sanado y herido
en lucha perpetua de eterno fragor.

Si cesa el bullicio y se amansa el son,
se respira entonces tu música hermosa,
regalo divino, purísimo don.

Prodigio total de ausencia presente,
en verso diario de sencilla prosa,

amigo perfecto, callado, silente…

ABSOLEM (Revista electrónica), Núm. 30, 15 de febrero de 2015 "Los astros "


Revista ABSOLEM, editada en Guadix (GRANADA) por la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Arte "La Oruga Azul", 
laorugazul2013@gmail.com
ISSN: 2340-8634


SUMARIO



PORTADA, por PAUL REY.



ARTISTA ANFITRIÓN: 





DISEÑO DIGITAL: 






ARTÍCULOS: 





RELATOS: 







POEMAS:



























Allá en lo alto, por TOMÁS SÁNCHEZ RUBIO.



Luna de callejuelas y ojos rasgados
por estrellas eternamente fugaces.
Medias rotas desorientadas de fina seda
en zapatos de charol negro y ajado
a causa de la mirada desamparada
de tantas personas tristes.

Me rodeas con brazos de infinitud
y cálidas caricias menudas
como de niño,
como de madre.

Cuando te miro y cuando cierro mis ojos,
el vértigo de una eterna madrugada
me tira de los brazos
y me regala cada día,
al acostarme,
un dulce beso redondo
de buenas noches.



El sol en el ocaso, por ANTONIO PELÁEZ.



Como ascua que el cielo difumina,
entre nubes, azules, ocres, rosas…
apagando las hogueras misteriosas
la luz, hacia el ocaso, se encamina.

Bajo ese horizonte  en que germina
la sombra de las casas, ya borrosas
se intuyen las dos caras de las cosas:
la humana abajo, arriba la divina.

El fotógrafo siempre se sorprende
al ver como su cámara recoge
la magnifica estampa al aguafuerte
de un atardecer lleno de duende…
Y al artístico ojo sobrecoge
la metáfora diaria de la muerte.


El planeta de los humanos, por ÁNGEL MARTÍNEZ MÁRQUEZ



   El comandante de aquella nave interestelar hacía meses que no permanecía tanto tiempo frente a aquel monitor. Llevaban vagando sin rumbo fijo por el espacio treinta y cinco generaciones. Dentro de tan solo un mes sería padre. Ser padre en aquellas circunstancias era de vital importancia. Era, en realidad el único sentido y objetivo de su existencia.      La primera generación de la nave, la que inauguró aquella expedición, fue elegida mediante un riguroso proceso de selección genética. Sólo los más fuertes y sanos y sobre todo los más fértiles. Los que pudieran garantizar una herencia numerosa y sana a la vez. Los ascendientes de Bob, que es como se llamaba el comandante, eran de los más aptos, o por lo menos eso es lo que su abuelo le contaba con expresión de orgullo. Pero lo cierto es que desde hacía dieciocho generaciones, los errores genéticos acumulados hicieron mella en la escasa población de aquella nave. Fueron las disfunciones físicas o psíquicas, las enfermedades de nueva aparición, los defectos congénitos, las afecciones alérgicas, los tumores, las muertes prematuras y los accidentes varios lo que menguaron la población de la nave. De los tres mil quinientos miembros con que contaba la población inicial, actualmente sólo quedaban doscientos diez, de los que apenas ciento setenta y dos eran fértiles. Y a éstos últimos les correspondía hacer el esfuerzo de tener la mayor descendencia posible para recuperar el índice de población.
    Bob seguía atento a los datos que arrojaba el monitor. Una emoción contenida y un gran escepticismo se mezclaban en su estado de ánimo. No podía o no quería creer lo que se desprendía de aquella oleada de datos que a ritmo frenético iban apareciendo en la pantalla. No podía creer que fuera él precisamente, su generación y por descontado la generación de sus propios hijos los que vieran alcanzado el mayor sueño que una especie pueda tener, el sueño de su supervivencia.  Recordaba la mirada amarga de sus abuelos, de sus padres. Dos generaciones, que al igual que las treinta y tres anteriores, sólo vivieron dentro de esos cuatro hierros que formaban aquella ya vieja y cochambrosa nave interestelar.
Bob se acordó de pronto de aquella clase infantil que se impartía al fondo de la nave, dos pisos más arriba de la bodega de carga. “Historia para no olvidar” se llamaba la asignatura. La impartía un anciano achacoso, resto de la 33ª generación. En ella se enseñaba hasta la saciedad, con el viejo método pedagógico de la memoria a fuego, aquello que habría a su vez que transmitir para hacer efectivo el título de la materia. Se enseñaba y se recordaba cómo aquella especie que ahora vagaba por el espacio tenía un bonito y acogedor planeta, que la vio nacer como especie y que la mantuvo durante milenios. Se enseñaba, se recordaba y se grababa a fuego cómo las últimas generaciones se volvieron locas invadidas por el virus de una voraz ambición. Se enseñaba y recordaba cómo contaminaron sus aguas y  envenenaron su aire. Se recordaba y se grababa a fuego cómo cambiaron su régimen climático. Los  millones de seres que se tuvieron que quedar en el planeta, los que no tuvieron la inmensa fortuna de formar parte de aquellos tres mil quinientos privilegiados, sobrevivieron tres o cuatro generaciones a lo sumo, para después desaparecer definitivamente del tiempo y del espacio.
   Los últimos datos asomaron lentamente por el filo de la pantalla y durante unos segundos permanecieron inmóviles en el monitor. En una esquina de la pantalla comenzó a parpadear la señal que nos avisaba de que el  sistema inteligente de la nave estaba calculando, combinando y procesando los miles de datos que acababa de recibir de los numerosos sensores, antenas, parábolas y mil cachivaches más que de forma continua no dejaban de rastrear las inmediaciones del espacio exterior.
   Bob no daba crédito. Ya lloraba, ya reía, ya saltaba, ya gritaba. La señal de “procesando” de la pantalla se apagó y en su lugar apareció grande, parpadeante, ilusionante, el signo tantas generaciones esperado. El signo de “habitable”. Una pequeña estrella allí al frente, una pequeña estrella de tipo espectral G2, a la que llevaban días escaneando y explorando a distancia, albergaba en sus alrededores y bajo su influencia gravitatoria un pequeño sistema de planetas. Uno de ellos, según las mediciones tomadas era un auténtico “Rara avis”. Tan raro, extraordinario y cuánticamente imposible como aquel que vio nacer a su especie y que tuvieron que abandonar hace ya tanto tiempo. Todo un cúmulo de casualidades y condiciones habitacionales prácticamente nula en la inmensidad del Universo conocido.
    Durante días, por llamar de alguna manera al transcurrir de horas sin días ni noches, propio del espacio interestelar, se acometieron los preparativos para el envío de una sonda no tripulada. La expectación se adueñó de los tripulantes y del pasaje de la nave. Algunos, dicen, embalaban a escondidas sus pocas pertenencias dispuestos a abandonar definitivamente aquella cárcel metálica. Aquella jaula en la que se hacinaban los restos de lo que en su día fue una orgullosa especie inteligente.
  Un mes después, o lo que es lo mismo para ser interestelarmente más riguroso, treinta veces veinticuatro horas después de haber enviado la sonda, Bob permanecía igual de expectante ante el monitor. La sonda gravitaba alrededor de aquella idílica Ítaca en la que todos habían depositado sus esperanzas y se disponía a ingresar en su atmósfera para acabar posada sobre su superficie.
Todos los datos que la sonda fue enviando durante su órbita alrededor de aquella grávida esperanza eran bastante prometedores. Se encontraba a la distancia ideal de aquella estrella a la que orbitaba en una traslación ni demasiado excéntrica ni demasiado regular. Su eje se hallaba inclinado con respecto a la estrella lo que evitaría cambios de temperatura demasiado extremos. Contaba con una atmósfera que lo protegería de las radiaciones estelares. En definitiva, ni en sus mejores sueños.
    La sonda fue penetrando lentamente en aquella atmósfera y desplegó todo su instrumental. De nuevo los cachivaches captan todo lo captable y graban todo lo grabable. Más de doscientas miradas hacían otro tanto ante los numerosos monitores instalados a lo largo y ancho de la nave.
Poco a poco fueron apareciendo datos en pantalla, poco a poco la sonda fue descendiendo camino a la superficie de lo que todo apuntaba a ser el próximo hogar de esos náufragos del espacio. Los datos se fueron perfilando, las miradas se fueron ensombreciendo. Primero fue la baja tasa de oxígeno, después fue el elevado nivel de dióxido de carbono. Los elevados niveles de monóxidos, tanto de carbono, nitrógeno y azufre no ayudaban. Por no hablar de la alta concentración de Metano. La decepción se fue adueñando de todos los ocupantes de la nave.

    Estaba previsto que la sonda se posara sobre la playa de un mar cuyo extraño color verde rojizo no auguraba tampoco nada bueno. Cuando la sonda se encontraba a tan solo kilómetro y medio de la playa elegida, al fondo de la misma, medio enterrada en la arena, pudieron ver lo que parecía una escultura que representaba a un extraño ser con dos extremidades y  una sola cabeza cubierta con una corona. Con su extremidad derecha apuntando al cielo sujetaba lo que parecía una llama mientras que con la izquierda plegada sujetaba lo que parecía un monitor portátil de dos pantallas.

La luz de las estrellas frías, por DORI HERNÁNDEZ MONTALBÁN.



La luz de las estrellas
parece hoy tan fría,
tan distante...
están las estrellas congeladas,
resquebrajándose, haciéndose añicos
sobre la tierra, agrietándose
y cayendo sonoras
como cristales rotos.
La luna es un témpano de hielo iluminado
y el viento silba armado de cuchillos.

Despacio, por JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GARCÍA.


Órbitas desnudan lo primario,
 infinitos viejos,
 Como si fuera normal,
 tangibles sollozáis en lo puro.

 La luz es otra cosa,
 igualado,  vuestro estío soslaya paralelas,
sois inconcebibles .

Espumas innecesarias
reman las vertientes del albo ahogando
los arcos de Saturno ,
en la fragua de Vulcano.
 la retina de Abel es suficiente, experta.

 En los calidoscopios alumbra soles pajizos,
 erguidos sobre lunas rotas.
eso sois astros,
en la ensoñación del día
y su frescura,

Es la noche y su mitad el mundo,
ya solean espumas su condena,
es medio día, Venus tiene nombre
de mujer, memoria de hembra,
ha permutado su polvo y su corona cósmica
Frotando espirales.

Hay vecinos a oscuras,
noches elípticas que se circundan,
gases concéntricos centrifugando su órbita.

Por las veredas
 con escapulario Cósmico,
abreviando su Consecuencia
va Mercurio,
 Plutón se deja querer,
de boda va Júpiter
experto en caricias de Saturno,
Urano se deja.


Dark side of the moon, por LUIS LOPEZ-QUIÑONES RUIZ

          


La luna de la que quiero escribir
no es la de Lorca ni la de Borges
es aquella con el cohete en el ojo
y que nunca piso Michael Collins,
la del reverso tenebroso
con la cara oculta de fiera
de temperaturas glaciares
y hogar de la Diosa Selene,
la del mar de la tranquilidad,
la de los grandes cráteres,
la de la bandera en sus entrañas,
y la que mengua y se contrae.
No a la musa de tez blanquita
ni a la amante despechada,
ni a la madre que quería ser
ni a la que llora por los hombres,
si la que el eclipse le pone un velo
que desata mareas y Tsunamis
a la que Aldrin llegó el segundo
y precipita al mundo los lactantes.
Nada de carita de queso
ni llenita  de cascabeles,
“fly to the moon” de Sinatra
y su reflejo sobre los charcos.
La del influjo poderoso,
la del claro sobre el bosque,
la del piano de Debussy
y a la aúllan los animales,
la de la manada del lobo
de efectos sobrenaturales,
la que fertiliza los campos,
y es alcahueta de los amantes.


Munich, 26 de enero del 2016

Una estrella en mi jardín, por MERCHE HAYDÉE MARÍN TORICES



“Por qué a mí, se me ha caído una estrella en el jardín. Ahora no sé qué hacer contigo, voy a agarrarte, voy a adorarte y lanzarte a tu cielo…”
Mari Trini



Uff, nunca había visto el salón de casa tan desordenado. Pero la fiesta de mi cumpleaños había merecido la pena. Libros, confeti, música, restos de comida… Menos mal que tenía todo el día por delante para recoger y disfrutar de cada uno de los regalos de mis amigos.
De repente un libro sobre la pequeña mesita de té me llamó la atención “Una estrella en mi jardín”, de Wendy Davies. Alguien se había acordado de la maravillosa experiencia que tuve tras leer “Recuerda que me quieres” de estas dos autoras que, como Roald Dahl, creen que el que no cree en la magia, nunca la encontrará.
¡Qué dulce tentación, un libro y tiempo libre, sinónimo de placer! Miré la habitación necesitada de una buena mano de limpieza, sonreí y me arrebujé en mi sillón favorito dispuesta a devorar aquellas quinientas páginas.
Levanté la mirada del libro y vi que estaba atardeciendo, que la noche ya caía, así como mis lágrimas mezcladas con mi sonrisa. Cuando me sumerjo en la lectura sucede algo especial, es como un trance hipnótico en el que ni oigo, ni tengo hambre, ni nada me preocupa. Cerré la tapa de aquel ejemplar cuya cubierta aparecía llena de mariposas, y sólo podía pensar en Alicia Little. Una niña atrapada en un cuerpo de mujer. Una mente inquieta, alegre, curiosa y dulce. Un gran desafío, una chica que tiene fobia a la gente, que vive encerrada en casa de su abuelo, pues teme que alguien la hiera, que se sienta humillada, que el mundo la abrume. Por eso ha tejido un mundo suyo, en el que cree ser feliz aunque ansía estar rodeada de gente; ama lo que teme, pero, a veces, afortunadamente, la curiosidad es más grande que el miedo. Por eso, cuando una estrella cae en su jardín, un nuevo vecino que se da cuenta del problema psicológico de Alicia y de sus muchas virtudes, Alicia decide dejarse llevar por los trucos de él, decide ver el mundo con los ojos de otro y así, muy poco a poco, a pesar de la malvada Reina de corazones, los laberínticos caminos del País de las Maravillas, el Sombrerero Loco, el Conejito Blanco o la Oruga Azul, consigue vencer sus miedos y contemplar extasiada todo lo que puede ofrecer al mundo.

  Entrañable, todo un reto… suspiré, volví a oler las páginas de este libro nuevo, un olor sublime que siempre me traslada a mi infancia.
Pobre pequeña Alicia, hermosa por dentro y asustada como un ser indefenso de un mundo que ansiaba. Me vi a mi misma, a cada uno de nosotros, porque todos tenemos miedo a algo, aún sabiendo que los miedos, casi siempre, son irracionales. Y al mismo tiempo, ¡viva Alicia!, que supo afrontarlos con valentía, sin perder ni un ápice de su sensibilidad, ayudada, eso sí, por aquél excéntrico fotógrafo que supo leer en su corazón y en su mirada y que, al tiempo que sacaba a Alicia de su voluntario encierro, aprendió la lección más prodigiosa y sorprendente de toda su vida: nunca hay que subestimar a nadie por muchas que sean sus limitaciones, cada ser humano alberga en su interior una gran lección de vida, un aprendizaje, y que la humildad es nuestro mejor compañero de viaje en esta vida, sólo así aprenderemos de cada vivencia una inestimable enseñanza.
Cayó la noche cerrada. Ya no tenía caso recoger, ni limpiar, ni nada. Salí al jardín, abandonando mi cómoda posición, para regar los árboles, el magnolio, el granado y el limonero que, gracias al agua, al sol y a mis mimos, crecían fuertes y sanos. Fue entonces cuando pensé en aquel viejo proverbio griego, siempre presente en las fábulas de Esopo: “Ayúdate y te ayudaré”, ciertamente no podemos pedir a Dios que guíe nuestros pasos si no estamos dispuestos a mover los pies. A todos nos cae una o dos o muchas veces en la vida una estrella en el jardín. Porque nadie nace con estrella, a no ser que confluyan esos líos planetarios y astrológicos de los que yo no entiendo, en el momento de nacer. La estrella se hace con el devenir de la vida. Con los desengaños y nuestro empeño, con cada acto de amor.
Alicia Little tiene su estrella porque supo ver su brillo y hacerlo suyo, sólo así se asomó a la ventana, luego al jardín, después a la calle y por fin a la existencia. No es un camino fácil, es confuso y enredado, es difícil y complejo, es ambiguo y tortuoso. Pero nuestra constancia y tenacidad, el planteamiento de objetivos y la puesta en marcha de las acciones necesarias para llegar a dichos objetivos, son los ingredientes fundamentales para “tener estrella”.

Hay muchas personas que ven pasar la vida y simplemente “existen”; muchas otras que se pasan la vida mirando en las vidas ajenas, olvidándose de las suyas propias y simplemente envidiando lo que no se molestan en intentar perseguir por ellos mismos; y unos pocos que aprovechan la vida de verdad y se van montando en todos los trenes que se les van acercando a su puerta, sabiendo que cada vez que se bajen habrán aprendido algo nuevo. Tal vez llegue uno del que no se bajen porque en la sencillez de lo evidente han encontrado la felicidad.
Miré al cielo y estaba sembrado de estrellas, mañana sería un día frío pero soleado. Sentí el sonido del agua que caía esponjando la tierra del jardín y al recoger la manguera un fulgor pequeño pero intenso llamó mi atención. Entre los tréboles de mi pequeña pradera había una lucecita destelleante. Me acerqué con miedo pues pensé en un insecto pero asombrada descubrí que era una estrella, mi estrella, no la de Alicia Little, ni la de Mari Trini, ¡era la mía! Con mucho cuidado la cogí ente mis manos y reparé en su perfección, en ese color brillante que no había visto nunca y decidí no perder más trenes, ni temer a lo que tanto soñaba.
Sin duda era este el mejor cumpleaños de toda mi vida.