La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

lunes, 14 de marzo de 2016

El árbol en medio de la nada, por GLORIA ACOSTA.

Fotografía de Mindor



( Leyenda del lejano Oeste)

Esta es la historia de un árbol en medio de la nada, en los límites de la extensa pradera que rodeaba un  pequeño pueblo, floreciendo al ritmo de las continuas oleadas de buscadores de oro que se fueron asentando en el salvaje oeste.
  Esta es una historia de verdades increíbles y mentiras admisibles, en una época en la que la superstición también se desenfundaba al ritmo de un Colt 45. Corrían los años de Wayatt Earp, Bat Masterson, Willy El Niño, Jesse James y también de mujeres con dos pistolas como Calamity Jane.
  Nuestro pequeño asentamiento, contaba con todo el decorado imprescindible en aquel escenario: un saloon con mesas de juego y todo el alcohol que podía ingerir un cuerpo rudo, un pequeño pero nutrido colmado, la escuela  donde casi nunca coincidían los mismos alumnos, una cárcel en la que nadie descansaba por mucho tiempo, el banco depositario del dorado y que atraía gente de toda calaña a esta costa Oeste, un burdel en las afueras para acallar a las damas de buena reputación y al pastor de la iglesia que arengaba contra esos antros de pecado y perversión, consuelo de forasteros o cuatreros quemados por el sol y por el peso de  una vida que terminaba inesperadamente cuando no cubrías las espaldas. Con él competía una elegante casa de citas, regida por la madam más famosa en leguas a la redonda, refugio de caballeros de mayor envergadura social, amantes padres y esposos comprometidos.
  El pueblo había conseguido la tranquilidad y paz que se logra cuando las mujeres toman el mando  por debajo del mantel, sin que nadie lo advierta, con esa sutileza que el alma femenina porta desde el principio de la creación.
  Por descontado que no siempre fue así. Los primeros tiempos, cuando la inmensidad ocupaba la frontera de lo desconocido, donde la esperanza iba a caballo de la oportunidad y una vida valía un billete de cinco dólares en el hueco vacío del tambor del revólver, imperaba la ley del más fuerte, del más rápido, del que llegaba primero a cribar en el lecho del río, con la tranquilidad de no estar allanando ninguna propiedad privada, ni pagar impuestos por ello. El preciado oro estaba allí, libre para ser tomado. El paso de los años puso en valor el lugar con el nacimiento de la minería, mientras que agricultores y ganaderos veían en esta tierra la mano dura y fértil del creador, al tiempo que el flujo de comerciantes contribuía a un marcado florecimiento en años posteriores.
  Instalado, pues, un cierto orden que permitía la convivencia pacífica en la mayoría de las ocasiones, la cotidianidad serena era la tónica dominante. El pequeño poblado no se caracterizaba por la presencia asidua de pistoleros, sin embargo la tranquilidad se quebraba en ocasiones, por alguna pelea al vapor del alcohol o por una bala rápida atravesando un pecho. El sheriff y sus ayudantes eran los encargados de vigilar el mantenimiento de aquella armonía alcanzada y con ayuda del juez que visitaba periódicamente la zona, imponer al delincuente un castigo  que en ocasiones acababa en la horca y en otras enriquecía ciertos  bolsillos con elevadas multas. Con frecuencia  llegaban noticias de la mano de hierro con la que el Juez Parker en Arkansas, administraba justicia y famosos eran sus innumerables ahorcamientos, hecho que no dejaba indiferente al representante de la ley de la pequeña comunidad, que lo tomaba como referente para ganar fama y respeto, amén de permitirle amasar una pequeña fortuna aceptando algún que otro soborno por conmutación de la pena impuesta.
  Existía como he dicho, en los confines de aquella extensa pradera, un árbol frondoso y solitario que servía  como soporte y testigo mudo de la soga que sólo dos personas colocaban alrededor  del cuello de quien se decidía ser merecedor. Como escarnio y advertencia a quien pasara por el lugar, el cuerpo se dejaba allí ejecutando su danza espasmódica, y se le enterraba al día siguiente. No ocurría  aquí como en otros territorios donde las ejecuciones eran fiestas multitudinarias y diversión en las monótonas tardes. Nadie que sintiera el temor de dios o del diablo se atrevía a acercarse a aquel árbol sobre el que corría todo tipo de fábulas, avaladas  sin duda por el extraño suceso que tenía lugar a la mañana siguiente al ahorcamiento. El muerto desaparecía y la soga desanudada, reposaba en el suelo a modo de mueca burlesca. En las primeras ocasiones de aquel extraño suceso todos llegaron a pensar que amigos o familiares del reo recuperaban su cuerpo para darle sepultura, pero los rumores que circulaban hablaban de otra cosa. De vez en cuando llegaba al pueblo un forastero que comentaba haber visto al difunto cruzando en su caballo la frontera con Méjico, y otros hablaban de la vida de lujos que había visto disfrutar en tierras del sur al cuatrero ahorcado el mes anterior.
  Estas historias empezaron a formar parte de la vida cotidiana como lo eran el trabajo, los juegos de cartas o la misa de los domingos y cuando se juzgaba a alguien a sabiendas del fatal desenlace, todos admitían que el sentenciado gozaría de mejor vida de la que había llevado hasta el momento, convirtiendo el castigo en su redención.

  Tanto se propagó la fama de aquellos extraordinarios acontecimientos, entre caminos de diligencias y vías de ferrocarril, que muchos forajidos en busca de mejor fortuna, se entregaban a la justicia implorando ser ahorcados en aquel pequeño pueblo del Oeste Americano, logrando el árbol lo que no consiguió ningún juez de la época.

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