La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

martes, 15 de mayo de 2018

EL VIEJO FÉLIX, por Tomás Sánchez Rubio




            Nunca supo el secreto. Desde que tenía uso de razón, Damián había visto siempre a su padre con una sonrisa en los labios y una mirada serena y limpia. Recordaba esa actitud como recordaba la inabarcable angustia que le causaban las continuas bombas que caían, junto con el día, caprichosamente a su alrededor, o bien la desaparición constante, ineludible, inmisericorde, de sus seres queridos. En medio de todo aquel horror que su familia y él, siendo aún un niño, conocieron, el viejo Félix, como ya entonces le llamaban amigos y vecinos a su padre, nunca pareció dar muestras de flaqueza, de miedo.  El resto de las víctimas se rompían y se desdibujaban por el dolor. Un dolor tan lacerante que les encogía el corazón y les hundía la cabeza entre los hombros; que les helaba los huesos y les vaciaba los ojos de humanidad. Aprendió Damián que el dolor extremo nos acobarda y nos llena de cal el alma. Ya no queda lugar para la rabia. Incluso el odio, tan fuerte en los comienzos, acaba desapareciendo como termina disipándose el humo de una hoguera cuando la noche lo hace confundirse con el infinito cielo azul cobalto.
            Sin embargo, la figura amable de su padre brillaba como rescoldo que se resistía a apagarse entre todo aquel océano de polvo y ceniza.
            A pesar de haberlo perdido todo -mejor dicho, casi todo, pues le quedaba el pequeño Damián-, el viejo Félix siempre tenía una palabra amable para los demás; hablaba como si hubiera de existir un mañana mejor, haciendo continuamente planes para el futuro.
            Muchos años después, muerto el viejo Félix por el agotamiento de un corazón que había sufrido, al fin y al cabo, tanto como el de todo su pueblo, Damián seguía sin adivinar el secreto del optimismo de su padre. Solo sabía que, sin quererlo, él mantenía esa despreocupada actitud delante de su propio hijo, Eliazar, la única persona que vivía y jugaba con él entre las ruinas de lo que algún día había sido su mundo, un mundo tranquilo y en paz.

2 comentarios:

  1. Creo que existe ésa gente tan como decir, de otro planeta. Tan fuerte que consigue infundir esperanza donde sólo hay dolor y muerte. Gente excepcional que calla su propio dolor, para no añadir más.

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  2. Miren, tener un buen amigo que escribe así de bien y con tanto corazón es un auténtico lujo. No tengo dudas, soy una persona afortunada.

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