La Oruga Azul.

La Oruga Azul.
La oruga se puso azul turquesa, porque presa de la luz de la poesía, reposa en las cuartillas de la mesa impregnada de tinta y fantasía… (Antonio Peláez Torres),

viernes, 14 de abril de 2017

Señor nuncio, Ettore Balestrero, de MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO


El que sea yo católico o nó, no importa; el que yo pertenezca o nó a la mayoría de creyentes en el Vaticano y en su Santidad, el Papa, tampoco interesa. Lo que si quiero que le diga a Francisco, por favor, señor Nuncio Apostólico, es que un hombre que tiene una lengua magníficamente viperina y una audiencia entre la gentes del simple odiar y torcer la historia a su amaño, este hombre de mis apellidos y mi estirpe le envió a usted, señor Nuncio, señor embajador del Pontífice en Colombia, una carta descortés, desconcertante y agresiva en marzo doce del año en curso.
Yo modestamente, sin los pergaminos grecocaldenses de Fernando Londoño Hoyos ―heredé el ‘Londoño’ de mi madre también―, deseo expresar mi bochorno ante la catilinaria del exministro, retirado por la justicia colombiana de las lides del ejercicio público.
Los monseñores que se dedican a la política contemporánea a él no le caen bien, pero cuando un arzobispo de apellido Builes, por allá en las épocas de la violencia liberal―conservadora, en las décadas de los 40’s y los 50’s se consagraba desde el púlpito a perseguir, a incendiar, a ordenar con su verbo bíblico las peores brutalidades contra ciudadanos de creencias diversas a las de Builes y a las de Londoño & Londoño; ese profeta del desangre, monseñor Builes, junto a tantos otros curas que persiguieron a millares de colombianos por profesar ideas contrarias al conservatismo trasnochado, ese tal Builes si es de apegos del exministro.
Londoño Hoyos recuerda en su belicosa carta que en esta nación campean narcotraficantes y delincuentes que cometen y cometieron los más execrables crímenes, y que su Santidad no debe olvidar la existencia de ello.
Yo, respetado Nuncio, creo que el Papa Francisco, así como los líderes del Islam, del Judaísmo, del Budismo, del Hinduismo, conocen nuestro drama: cincuenta años de narcotráfico violento.
Pero, tímidamente me permito decirle a su Santidad, por su intermedio, que nuestra tragedia tiene una causa, un origen y unas consecuencias imposibles de eludir: la tremenda inequidad y el sometimiento que los pobres de Colombia y el mundo padecen por cuenta de gobernantes, jefes de estado, corporaciones internacionales, ministros y funcionarios como Londoño Hoyos. Él ha vivido en los jardines del Edén, dormido en lechos de oro y plumas de ganso, él ha comido opíparos banquetes y ha pertenecido a la élite que tiene a Colombia donde está. Él es tan culpable, como los que trafican y destruyen porque ha sido uno de las decenas de mayordomos de los poderosos que tienen un único objetivo en la vida: ¡enriquecerse sin importar a costa de qué!
¿De qué se queja, Fernando Londoño Hoyos si él y sus amigotes de la aristocracia criolla son la raíz de las desgracias? ¿O acaso la plutocracia mercantil de Colombia no se arrodilló por años ante los cantos de sirena de los Escobar, los Rodríguez y tantos otros monstruos nacidos de nuestra sangre mal educada y mal gobernada?
Este exministro, condenado por la justicia que él dice defender, argumenta que la Paz pactada con las Farc es un simple espectáculo de unos guerrilleros marxistas sin arrepentimiento alguno. Yo, su Santidad, pudorosamente creo que el silenciar miles de fusiles e intentar que esta larga sangría colombiana se morigere, es algo no solo notable sino importante para los habitantes de Colombia, y en especial para los millones de campesinos que han sufrido casi un siglo de desventuras y padecimientos. Nadie, con dos dedos de frente espera que quien ha delinquido durante décadas se convierta en Angel de la Guarda, de la noche a la mañana.
Pero a Fernando Londoño Hoyos (cuyo Londoño, repito, es el de mi sangre también), se le olvida probablemente porque se le nota que tiene temblorosa y embolatada ya su memoria y su dicción extraordinaria, se le olvida que en sucesivos gobiernos conservadores y liberales del siglo XX y XXI (y Fernando Londoño Hoyos ha participado en alguno de ellos) se han pactado amnistías, perdones, procesos de justicia y paz que aunque no han terminado con nuestra barbarie han doblegado a muchos delincuentes, forajidos y guerrilleros.
Pero… como desde el Estado, desde el SISTEMA, los funcionarios como Londoño Hoyos consideran al gobierno de la patria como el feudo mayordómico de las oligarquías del capital y la tierra, la Paz no se aclimata y la serenidad de las gentes no se adopta como medio de vida pues la violencia desde arriba, la desigualdad y la opresión continúan. 
Señor Nuncio, con consideración especial para con el Papa Francisco de quien dicen que no ha transformado a su Iglesia sino que le ha hecho simples decorados, yo, un ciudadano cualquiera de Colombia, me alegro inmensamente por su futura visita a mi país porque sé que su presencia contribuirá grandemente a apaciguar los ánimos, a morigerar las pasiones, sosegar los dolores de los creyentes y los no creyentes, aquietar el sufrimiento de los pobres habitantes de Mocoa y de esta nación preciosa que oculta bajo un ropaje virulento a millones de seres increíblemente creativos, buenos, constructores de caminos y ciudades, sembradores de amor, cultivadores de barbechos, industriosos pobladores y comerciantes de vida y fe.
Este exministro de arrebatado verbo convoca a Su Santidad a que mire al vecindario porque allí hay horrores terribles. Tiene razón: allá como aquí saquean el presupuesto público, engañan a los accionistas, litigan en beneficio propio, gobiernan para una plutocracia pero gritan que representan al pueblo, y roban, roban, roban sin pausa ni reposo.
Le ruego, señor Nuncio, que transmita al Papa, mis condolencias por tanto daño que el hombre hace al hombre, y mi alegría porque la voz de Francisco no es la del odio sino la de la fraternidad entre los seres que poblamos este planeta precioso.
Y, otra cosita, señor Nuncio: dígale a Su Reverencia que convoque de nuevo a todos los líderes religiosos del mundo y a millones de millones de seres bondadosos del planeta a convivir en paz, respetar la naturaleza y desechar los odios sectarios, nacionalistas y raciales que tanto daño nos han hecho.

Con todo respeto:

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